"Antes, durante y después de los Next Generation"
Por Jose Mari Aierdi, consejero de Desarrollo Rural y Medio Ambiente del Gobierno de Navarra
Avanzaré un titular: el programa Next Generation EU nos va a ofrecer en este curso político entrante otra ventana que debemos saber aprovechar, con un segundo paquete de inversiones en préstamos y, sobre todo, con la oportunidad de consolidar un fondo estratégico y un determinado modelo de desarrollo para el futuro.
Y un segundo titular: Europa es el continente que más rápidamente se está calentando, con un aumento de temperaturas que duplica el promedio mundial, según la agencia climática de la UE, Copernicus. Esto nos lleva a que la estrategia de las inversiones europeas debe ir claramente dirigida hacia las políticas verdes. Y de una manera específica, hacia los sectores agroalimentario y energético, precisamente los que más van a determinar la transformación del tejido productivo europeo en las próximas décadas. Por tanto: apuntemos bien el dardo.
Europa vive un antes y un después de los fondos Next Generation. Pero no lo digo de una forma retórica, ni porque este programa haya supuesto un punto de inflexión en la orientación de las políticas comunitarias, que también. Lo digo porque, efectivamente, para interpretar con acierto el momento en el que nos encontramos, debemos mirar hacia lo que era Europa antes y, sobre todo, debemos empezar ya a pensar en lo que vendrá a partir del 31 de diciembre de 2026.
Recordemos que, antes del covid-19, veníamos de la respuesta austericida que la UE –o, mejor dicho, los grandes bancos y lobbies financieros europeos– dio a la crisis financiera de 2008. Una respuesta neoliberal que consistía, básicamente, en atenazar a las economías endeudadas –fundamentalmente los países del sur de Europa- imponiéndoles el debilitamiento de su sector público o la aceptación de unos rescates –más deuda– que contribuían a corto plazo a sanear los mercados financieros –propios o externos– pero que también las estrangulaban socialmente.
Una respuesta diametralmente opuesta a la que Europa –atendiendo a la receta de fuerzas socialdemócratas, izquierdas verdes o economistas progresistas de referencia como el francés Thomas Piketty o la italiana Mariana Mazzucato– optó por articular ante el gran desafío que, repentinamente, supuso el covid-19: una inyección de fondos públicos sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial (750.000 millones de euros de deuda mancomunada) en un marco temporal muy corto. No se trataba de un mero reparto de fondos, sino de aprovechar la crisis para abrir un proceso de transformación del modelo socioeconómico europeo desde el liderazgo del Estado del Bienestar, desde una apuesta valiente –y no sólo retórica– por la transición ecológica o desde el refortalecimiento ideológico de los principios de la igualdad y la solidaridad. Todo un reto, por cierto, para las llamadas izquierdas verdes o socialverdes.
Resulta innegable que el programa Next Generation está teniendo un impacto muy positivo sobre nuestra economía y está contribuyendo sobremanera a transformar nuestro tejido productivo. Y Navarra está a la cabeza en esta tarea. Pero debemos hacer también una lectura crítica de lo que ha sido su gestión, precisamente para profundizar en el camino recorrido y consolidar el modelo para el futuro. Al finalizar el tercer año de ejecución del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR), el Estado español –con 140.000 millones de euros asignados, siendo el segundo estado más perceptor después del italiano– se encuentra todavía lejos de culminarlo en su totalidad –si bien restan aún dos años y medio de plazo de ejecución– con 38.000 millones de fondos ya transferidos, frente a los 102.000 de Italia.
Es cierto también que la llegada de fondos a las empresas se ve dificultada, en muchos casos, por el propio diseño del PRTR y que existe el riesgo de que una parte –unos 17.000 millones- se queden sin asignar, a menos que las administraciones públicas –especialmente la estatal, responsable del 70% de la gestión del programa– agilicen los procedimientos. Y en esta necesaria desburocratización se hace necesario que las comunidades autónomas asumamos un papel mucho más activo y protagonista en la definición, planificación y gestión del Plan y que configuremos un modelo de gobernanza con la participación activa de todos los agentes económicos y sociales perceptores de los fondos.
Decía al principio que hay también un después a esta primera fase de los Next, donde debemos poner la mirada a medio plazo. El programa europeo contempla una segunda gran inyección de ayudas –no ya como subvenciones, sino ahora en forma de préstamos– que en el caso del Estado español prevé superar los 80.000 millones de euros. Debemos ser audaces para que esa deuda no termine siendo una carga financiera, sino que contribuya realmente a transformar dos puntales que en estos momentos resultan clave para la Comunidad Foral y Europa en un contexto de emergencia climática: el sector agroalimentario –con el fomento de un modelo propio, de producción sostenible y de cercanía– y la urgente transición energética hacia una economía totalmente descarbonizada. Son los dos campos donde, sin lugar a dudas, nos jugamos cómo será el futuro modelo europeo de desarrollo y, con ello, la posición de Navarra en ese mapa.